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Una candela en cualquier plaza, los vecinos alrededor. El cascabeleo de una pandereta, el rajeo de la guitarra, un cajón, las palmas y suenan los villancicos jerezanos. Así se vive la Navidad en Jerez, de una manera pasional, llena de embrujo y arte.
La celebración nació en los patios de vecinos, donde se reunían para elaborar dulces navideños –como pestiños, buñuelos o roscos, típicos de esta zona–, cantando villancicos, tocando las palmas y bebiendo anís, unos orígenes que no están documentados, pero la tradición oral mantiene que se vienen celebrando desde finales del siglo XVIII.
Su auge fue a principios del siglo XX con la inclusión del villancico andaluz –las letras se adaptan y aflamencan–, para unas décadas después languidecer y resurgir con fuerza hacia los años 80 del siglo pasado, viviendo en la actualidad una época dorada.
Lo que le dio un carácter especial a la Zambomba de Jerez es su profunda vinculación desde el principio con el flamenco, seña de identidad de nuestra localidad, y que se ha mantenido hasta el día de hoy. De esta forma, flamenco y villancicos se han unido para siempre en una expresión popular y multitudinaria.
A medida que avanza la fiesta, es fácil comprobar que esta fiesta es territorio femenino, ya que aquí las posiciones más relevantes se reservan a ellas, a las mujeres de cierta edad en su mayoría, claves en el mantenimiento y transmisión de la tradición oral de los villancicos. Su fuerza, su gracia, marcan bailes y letras alrededor del fuego.
Porque son ellas las que mejor "conocen los repertorios, las que ponen más ímpetu y ganas en la interpretación de las coplas, las que con más asiduidad salen al centro del corro para marcarse un baile". Su presencia se palpa, se siente por todos los presentes y así lo recoge el documento que declaró Bien de Interés Cultural esta fiesta única, La Zambomba.
La algarabía es tal que pocos son los que se resisten a tocar las palmas al ritmo de la música y a entonar cualquiera de las letras: Madroños al niño, Camina la Virgen Pura, Calle de San Francisco, … villancicos que resuenan en las plazas, mientras el niño atiende atento al espectáculo que está presenciando, el adolescente se anima a participar, aunque sea tímidamente, el adulto disfruta como hacía tiempo que no lo hacía, y el anciano rememora las Zambombas de antaño, en las que mamó y conoció una fiesta que perdura por la transmisión oral de padres a hijos.